viernes, 3 de enero de 2014

"Solaris" o amores improbables más allá del mundo

Sobre lo que nos duele. Sobre el amor. Sobre lo infinito. Sobre el tiempo. Sobre todo aquello que acaba. Sobre el perder. Sobre el dejarse ir. Sobre exigirle al otro. 

Hace unos meses leí Solaris de Stanislaw Lem, una novela profundamente interna, en la que, a momentos, no pasa absolutamente nada. Diría que es genial si no fuera por todas aquellas hojas tediosas que el autor ocupa en descripciones y teorías que poco importan. Y, a pesar de eso, no puedo más que concluir que es un gran libro. Cuando pienso en él, más que remitirme a otros planetas y a otras formas de vida, pienso en el amor improbable. Y no me refiero al de dos seres disímiles que de pronto se encuentran, inexplicablemente, uno en el otro, sino en el amor más allá de la muerte. El amor atemporal, mas no eterno.Y pienso en Heidegger y en el incalculable recorrido del extrañar. Y tal vez uno no ama realmente al otro sino a lo que proyecta de sí mismo en él, o al recuerdo que tiene de esa persona, lo que es- al final del día- sólo otra forma de proyección.

No me pregunto por qué queremos, porque nuestra propia condición invalida a la pregunta. Me cuestiono más bien cómo llegamos a querer y por qué elegimos a una persona por encima de otras. Y si realmente dos seres pueden estar, aunque sea por un mínimo instante, completamente en la misma sintonía (Daseins como espejos que, más allá del mundo, lo único que hacen es buscarse).

El amor es injusto en este sentido: sé que nadie puede querer como yo y no por eso dejo de desear constantemente que el otro me quiera como yo lo quiero (que me lo demuestre de la misma manera, con las mismas acciones). He ahí la raíz de donde nace el exigir, tal como Harey lo hace con Chris (te pido exijo que esta vez no me dejes morir) y viceversa (te ruego exijo que en esta ocasión no me reproches que fui yo el que no pudo salvarte).

Ya Antoine de Saint-Exupéry lo dijo: todos queramos ser domesticados, pero lo cierto es que a pesar de eso la otredad es siempre infranqueable, tal cual se refleja en la obra de Lem. Accedo a lo que creo que el otro es solamente a través de mi imaginario propio. ¿Tiene entonces sentido el sufrimiento que el otro me provoca? ¿Duele la pérdida o la recuperación temporal de aquello que se creía extraviado? Los recuerdos sólo punzan en la medida en la que antes nos hicieron felices. ¿Por qué entonces esa necesidad de evocar al ese que amé en todos los objetos, en todos los nombres, en todos los sentimientos abstractos?

El océano de Solaris, con toda su inteligencia inhumana, no entiende nada. Recrea lo que intuye que uno amó sin conservar ninguna característica propia de ese ser. Nada de lo que lo hacía único; ningún detalle o defecto está presente en la réplica. Quizá sea esto, por encima de la restitución imposible de alguien que muere, lo que arrastra a la locura a sus personajes, forzados a vivir entre fantasmas queridos.

Solaris es, más que una obra de ciencia ficción, una reflexión filosófica sobre la condición humana frente a la pérdida; un monólogo interno sobre el duelo, la muerte, el sufrimiento, el egoísmo, la sorpresa y el amor. Es, en resumidas cuentas, la historia perpetua de una humanidad incambiable-  con océano o sin él-.
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Fragmento:
En apariencia yo estaba tranquilo; en secreto, y sin admitirlo claramente esperaba algo. ¿Qué? ¿El retorno de Harey? ¿Cómo hubiera podido esperar ese retorno? Todos sabemos que somos seres materiales, sujetos a las leyes de la fisiología y la física, y toda la fuerza de nuestros sentimientos no puede contra esas leyes; no podemos menos que detestarlas. La fe inmemorial de los amantes y los poetas en el poder del amor, más fuerte que la muerte, el secular finis vitae sed non amoris es una mentira. Una mentira inútil y hasta tonta. ¿Resignarse a la idea de que todos los hombres reviven antiguos tormentos, tanto más profundos cuanto más se repiten, volviéndose cada vez más cómicos? Que la existencia humana se repita, bien, ¿pero que se repita como una canción trillada, como el disco que un borracho toca una y otra vez echando una moneda en una ranura? Ese coloso fluido había causado la muerte de centenares de hombres. Toda la especie humana había intentado en vano durante años tener al menos la sombre de una relación con ese océano, que ahora me sostenía como si yo fuese una simple partícula de polvo. No, no creía que la tragedia de dos seres humanos pudiera conmoverlo. Sin embargo, todas aquellas actividades tenían cierto propósito... A decir verdad, yo no estaba absolutamente seguro; pero irse era renunciar a una posibilidad, acaso ínfima, tal vez sólo imaginaria... ¿Entonces tenía que seguir viviendo aquí, entre los muebles, las cosas que los dos habíamos tocado, en el aire que ella había respirado una vez? ¿En nombre de qué? ¿Esperando que ella volviera? Yo no tenía ninguna esperanza, y sin embargo vivía de esperanzas; desde que ella había desaparecido, no me quedaba otra cosa. No sabía qué descubrimientos, qué burlas, qué torturas me aguardaban aún. No sabía nada, y me empecinaba en creer que el tiempo de los milagros crueles aún no había terminado.
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Aquí puden leer la novela completa:
http://www.juventudrevolucionaria.org/biblioteca-jrap/L/Lem,%20Stanislaw%20-%20Solaris.pdf