jueves, 22 de julio de 2010

Little Bear

Hoy se trata de mi (no siempre). Será porque estoy cansada y triste y no ha sido un año amable. Quiero ser sincera pero siempre acabo no diciendo nada. Lo cierto: a veces me harta pasar mi vida en el carril derecho. Apenas soy una nota al pie en su vida (todos tenemos lugares comunes). Algo en mí se fracturó con esa noticia, pero no hablo de ello con nadie. Extraño el atardecer en sus pestañas y la música triste de sus dedos (ese inexplicable masoquismo de torturarnos con canciones que sólo nos recuerdan ausencias). Pero hoy se trata de mi . Ayer recibí una de las peores noticias que me han dado en semanas y hay días en los que nada más no sé. No puedo dormir, hace meses que no escribo, ni leo, ni hago mucho realmente. Estoy cansada del mundo y sus distancias, de tanto extrañar, de preocuparme así, de no llorar. Estoy hastiada de la rutina, del tráfico, de esta ciudad a la que a veces no puedo amar. Harta de haber añorado la lluvia sólo para esperar que no llueva, de la mala ortografía, de que haya tantas cosas menos fáciles y aún así no pueda, de ser tan poco egoísta, de no olvidar. Entristecida por las "amistades" que me han dejado a mi suerte, por el tiempo que me roban las cosas que odio, por el derrame de petróleo, por la ignorancia en la que nos estamos hundiendo. Me duele tanta frivolidad e indiferencia. No soporto a mis fantasmas de humo, a mis recuerdos porosos, a mi repertorio de sombras. Y a momentos el corazón se me hincha por las decisiones que he tomado, por lo no dicho a tiempo, por la cobardía traicionera que asfixia, porque esta vez se trate de mi. 

lunes, 12 de julio de 2010

La Cámara Lúcida de Roland Barthes

“¿No estamos enamorados de ciertas fotografías?”
-Roland Barthes

Por: Mariana Dávila Moreno

¿Qué me punza de una fotografía? ¿el detalle innombrable?, ¿la realidad inmanente que muestra o, por lo contrario, esa atemporalidad que me posiciona fuera de ella? Nunca entenderemos en qué medida una fotografía nos conmueve por encima de otras, por qué lo que vemos en ella no es lo mismo que los demás han visto. No seremos capaces de explicar la razón por la cual a través de algo tan incierto como esa imagen, que no existe sin su referente, nos reencontramos con ciertos objetos, situaciones o personas. Tal vez la belleza no está en lo que en ella contemplamos sino en el mero hecho de saber que eso que nos muestra estuvo ahí, existió.

La fotografía de mi abuelo cargando a mi prima recién nacida me conmueve. Poco importa que la calidad de la imagen sea buena (ésta es demasiado obscura para ser estética) pues lo que me emociona de ella es que me permite reconocer al ser amado. El retrato se convierte entonces en el perpetuo déjà vu de un momento que nunca podrá repetirse y que, a pesar de eso, cuando lo observo no puedo evitar más que evocarlo eternamente.

Es probable que cuando ya no exista nadie para recordarnos el punctum de las fotografías para las cuales posamos se evapore también. Tal vez el azar incomprensible que fascina al Spectator, que lo hace reencontrarme en una imagen, muera junto con aquellos que me amaron y mis representaciones fotográficas se conviertan en un mero vestigio que sólo sirva para probar al mundo que alguna vez existí. Pasaré a ser un simple indicador de otro tiempo, el studium perfecto de una época ya muerta.

Casi todas las personas adquieren una postura al ser fotografiadas (cabeza erguida, actitud relajada, sonrisa plena). Entonces se puede establecer que la fotografía se asemeja al teatro ya no solamente porque ambos tienen como mediador a la muerte, sino porque los dos se construyen a partir de máscaras. El posar ante una cámara es representar un papel, es jugar un rol que me aleja de lo que soy para acercarme a lo que me gustaría ser. La fotografía es la anti-naturalidad del individuo por excelencia. Por ello no es de sorprenderse que las tomas imprevistas que nos capturan en nuestra completa naturalidad nos desagraden la mayoría de las veces. Hay una cierta resistencia a que las fotografías se conviertan en espejos, una indiscutible desconfianza a vernos reflejados realmente como somos y un eterno temor a no aparecer completamente felices, completamente conformes para los ojos ajenos.

El Spectator siempre tendrá una opinión sobre las cosas que mira por más neutral o indiferente que sea a ellas. Pero la capacidad de interpretación de éste es limitada, pues se encuentra sujeta a la intención del Operator que con su dedo creador se encarga de capturar sólo aquellos objetos e instantes que le parecen significativos. La fotografía es fragmentaria pues nos muestra pequeñas partes del mundo y también selectiva pues es una configuración de miradas particulares que anidan imágenes en un lente. Es decir, que aquello que es reproducido por una cámara está sujeto a la selección excluyente del que la opera.

Existe una evidencia inmutable en la fotografía que me dota de una certeza inmediata, incuestionable, de que lo que en ella se representa en efecto ha sido. No presupone un encuentro con el pasado ya que no restituye lo abolido, sino que permite más bien una confrontación con la realidad. Es justamente por la atracción que sentimos hacia lo verdadero que la fotografía nos fascina, por ello que vivimos en un mundo cada vez más contaminado de imágenes, terrible realidad moderna que al pretender valorarla acaba convirtiéndola en una práctica trivial y le roba algo de su demencia, de su genialidad, de su punctum y a nosotros un pedazo de eternidad.

Bibliografía: BARTHES, Roland. La cámara lúcida, Barcelona: Gustavo Gili, 1982