viernes, 14 de enero de 2011

"Señores y sirvientes" de Pierre Michon



El relato: “Con este signo vencerás”



¿De dónde vino el fracaso de Lorentino d’Angelo? No del viento de Verna ni de la biografía que de él no escribió Vasari sino de la sombra del Piero que tanto admiraba. El cual le heredó, más que una técnica o un secreto pictórico, una carga fantasmal que nunca le permitió ser él mismo. Pero ¿fue de este peso de donde derivó su falta de reconocimiento? ¿O era su vida, simplemente y como el autor lo especula, un ejemplo de cómo la Providencia puede burlarse de los hombres? No podemos comprobarlo ya que la historia de Lorentino no es más que un cerdo asesinado, una obra que se ha ido borrando con los años, un nombre que sólo se recuerda porque perfiló en la vida de otro pintor. Y es por esta razón que hay que especular su existencia.
Lo que Michon supone y me llama la atención es que Lorentino no fue en vida ni es en muerte digno de mención por la simple razón que lo que él consideraba “su arte” no lo era realmente. El pintor era incapaz de producir obras maestras no porque careciera de talento, sino porque no era sincero pues buscaba imitar los trazos de una mano que no le pertenecía y dibujar retazos de una vida que no era la suya. Todo esto se nos muestra más claro que el Sol de Siena, en sus obras, en sus alabanzas y en el nombre de su hijo. De manera que lo que él buscaba no era inventarse en un lienzo pero camuflajear a Piero, la experiencia de éste y su mano mágica que ya de grande sólo sirvió para palpar sombras. Nada de ello le permitió acceder a su mundo interior habitado de uvas machacadas y ciudades púrpura y que resultaba igual de bello o hasta más que el de su profeta.

¿Acaso no eran estos recuerdos igual de valiosos para volverse cuadro que los santos, un tanto menos admirables, que Piero pintó? ¿Y por qué Lorentino no pudo comprenderlo? Justamente porque vivió sometido al peso de un ciego que le enseñó a amar a las imágenes sin entenderlas. Pero la ceguera física de Piero no es la misma ceguera espiritual que Michon inventó para Lorentino. Pues si bien en la del primero ya no existen figuras exteriores que penetran en su interior aún hay pedazos de arte detrás de esos ojos. La de este último en cambio, es mucho más poética y un tanto más absurda pues consiste en ese impedimento para presuponer que su vida era digna de ser admirada y pintada.

El fracaso de Lorentino nace además de su admiración, también de su humildad. Ésta el personaje no la encuentra en la miseria pues sabe vivir con ella, la encara en las comparaciones de los hombres difuntos que antaño colocó sobre sus hombros y que él mismo se inventó para desmeritar su valor artístico.

Hay algo de cobarde en la figura de ese niño perpetuo que condena al maestro que Piero fue para él y que él no será para Bartolomeo. Algo de patético en ese ser que pide a San Francisco develar el misterio del arte y preguntarle porque justamente a él, que la amaba y vivía para ella, no le tocó comprenderlo. Sin saber que no había nada que entender pues el arte era, al igual que la vida, subjetiva e interior: una mezcla ligada a los ojos del que la mira y a la experiencia del que la crea.

Pero no todo es desgracia para el personaje ya que al final éste logra deshacerse de la influencia de Piero. Hecho que lo dota de una ligereza y libertad de creación que no había conocido antes. Por ello el último cuadro al que refiere Michon es el más importante para el personaje. No es que resultara significativo porque le daba el reconocimiento que nunca llegó o porque lo posicionara entre los príncipes que nunca lo conocieron. Su valor se encontraba más bien en esa sinceridad que hasta entonces no había logrado. El autor lo describe como “la cosa más hermosa que la mano de un hombre haya hecho” (Pp. 163) ¿De dónde provenía esa maravilla hasta ahora ajena a su alma? De la sinceridad y la pureza con la que fue creada. Esa pintura común de un santo común para un campesino común, era una obra de arte pues fue elaborada a partir del recuerdo, la pasión y la ira del pintor. Fue la primera construcción que venía de su vida y era su vida. Resulta un tanto desgarrador pensar que ante la ejecución de algo tan sublime, el mundo no se inmutará. Que los siglos no recordaran a su creador y que ninguna trompeta sonara para celebrar aquel nacimiento. Y más triste aún que a ese lienzo tan amado, tan único, tan perfecto, lo contemplarán tan pocos pares de ojos. Que indigno que tuviera que morir como los cuerpos y los nombres, en una parroquia alejada, de frente a lo que antes había sido un muro y contemplando al viento de Verna que todo lo destruye a su paso.

Bibliografía: MICHON, Pierre. Señores y sirvientes, Barcelona: Anagrama, 2003

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