jueves, 10 de mayo de 2012

Nueve flores para Julio


Cuando despierto la mañana huele a lluvia, desde mi cuarto puedo imaginar como se ve la acera mojada. La cual camino para llegar a la calle en donde más tarde se escucharán tus pasos. Debo ir a comprar las flores para Martha que está cocinando. Me ha encargado seis geranios azules y tres gerberas naranjas. Tú vendrás hoy. Pero no te preocupes, la mesa ya estará puesta para cuando hagas tu entada triunfal, las plantas ya se encontrarán colocadas en la vasija de porcelana, la cuál nos trajiste el invierno ante-pasado de Argentina. El pato yacerá al centro del comedor, esperando solamente tu llegada.
Siempre me he preguntado porque solamente vienes cada dos meses a casa, y porque el frío de agosto es el único que logra convencerte de quedarte tres semanas corridas. Pero sobre todo no dejo de pensar en las posibles explicaciones de por qué tu estancia manda el mundo patas arriba. Y sé que es difícil Julio pues desde la ventana de tus ojos las cosas siempre han sido las mismas. Pero deberías ver Julio, si tan solo pudieras ver el mundo a través de mis ojos tal vez entenderías. De pronto todos en casa comienzan a comportarse en contra de su naturaleza. Carla, por ejemplo, comienza a tender su cama todos los domingos. De pronto a Julieta le gusta lavar los platos de cada comida. Margarita se suelta a tejer bufandas de colores cuando los ve a ti y a Martha, por si algún día… porque nunca se sabe Julio. Y ya que menciono a Martha ¿Qué quieres que te diga acerca de ella? ¿Qué te digo a ti que la conoces mejor de lo que ella misma se conoce? Es por eso mismo que he venido a comprar las flores. Seis geranios azules y tres gerberas naranjas. Es imperativo que no me equivoque en la compra, pues si lo hago, tú sabes Martha…
El regreso a casa es un recorrido corto que se reduce en poco menos de doscientos pasos y doce suspiros. Me tomo mi tiempo para llegar, como si mis pasos se demorarán por regresar a dónde sé que no estás. Meto la llave en la puerta de madera, hago girar la manija cuidadosamente temiendo algo, o peor aún, esperará ya una señal de tu precaria existencia. Empujo la puerta y no estás ahí y te escribo desde la mesa del comedor como lo hago cada domingo, y el pato aún no está listo y las flores aún no están puestas. Pero no debes culparnos Julio, pues cuando no estás no hacemos nada a tiempo. Olvidamos las cosas como si fueran recuerdos. Dejamos que el polvo se acumule en los muebles y las manchas en el cuarto de visitas. Y sin percatarnos de nada, vamos colgando telarañas de olvido.
Julieta me mira por el rabillo del ojo, me pregunta qué hago, su cuestionamiento viene acompañado de un reproche que me indica que nunca hago nada más que escribir. Pero ella no sabe Julio ¿de qué manera podría ella adivinar que te voy creando lentamente? Vas saliendo de mi pluma poco a poco, como si te doliera comenzar a existir, y cada palabra que te hace nacer viene acompañada de un recuerdo. Entonces basta escribir de tus dedos para sentir su textura en mi espalda. O describir el timbre de tu voz para recordar el calor de tu vaho en mi oído. Si supieras cuanto duele tener que estarte reinventando en cada oración. Pareciera que me gusta hacerme esto a mi misma para sentir tu presencia, para no sentirme tan sola, porque tú sabes Julio, que pocas cosas son peores que el andarse combatiendo a cada minuto.
Martha no deja de gritar, si tan sólo pudieras verla, me gustaría crear un retrato de ella en mis cartas. Pero temo que no te vaya a gustar. Temo tantas cosas Julio, entre éstas que no vayas a llegar o que lo hagas demasiado tarde. Y hay tanto silencio en las habitaciones, tanta tristeza y tantos recuerdos. Pero ¿cómo decirte que a veces mi corazón se siente tan pesado que llego a creer que se ha vuelto de plomo? ¿cómo explicarte que a veces me resulta una tarea demasiado difícil el seguir respirando tantos momentos que se van borrando con el tiempo? ¿Te gustaría que te describiera lo que pasa por instantes? ¿Decirte que Julieta comienza a romper platos después de la cena, que Carla se suelta a llorar porque todo está tan desordenado y que hace más de ocho meses que Margarita dejó el estambre? ¿O que Martha me sigue reclamando por los seis geranios azules y las dos gerberas naranjas que no llevé al entierro?
Y el timbre no suena y tus pasos no se escuchan y el pato sigue crudo y la mesa no está puesta. Y yo espero, al igual que hace un año Julio, que no estás muerto y que no sólo existas a través de mi pluma.

jueves, 3 de mayo de 2012

Ensoñación y desgracia



Es el año de la bomba atómica en Hiroshima. Europa se cobija en su desesperanza. España vive la posguerra  en un dolor silente. Pero no es en este mundo resquebrajado en donde Rabos de lagartija, el libro de Juan Marsé, posa su mirada. Pues los ojos del catalán se centran en un barrio pobre de Barcelona, más específicamente en el universo confinado de David Bartra. Un quinceañero rodeado de miseria que adorna su realidad con fantasmas e historias inventadas de pilotos de guerra y pasados más dulces. Pequeñas fantasías que, sabemos gracias a la voz de su hermano aún no nacido, le permiten sobrellevar la existencia tan amarga que lo envuelve. La cual se compone de soledades compartidas y parejas rotas y cambiantes. De tal forma que, a momentos vemos a David y a Chispa, su perro moribundo. A David y Paulino, su amigo maltratado. A David y Víctor, su padre ausente que pelea contra los ideales de una época que apenas comprende. A David y Rosa, su madre embaraza, tan frágil y bella como la flor a la que alude su nombre. O a David y al inspector Galván, su acérrimo enemigo cuyo único crimen es amar a dicha pelirroja.

Con una prosa ágil y un narrador que resulta tan improbable como ideal (un feto que sin haber visto la vida logra comprenderla con completa claridad) Marsé logra crear a personajes ambivalentes y reales. Los cuales, al moverse en un destino marcado por la tragedia y las malas decisiones, nos invitan a habitar los espacios decadentes que recorren.Entre las ensoñaciones de David y la realidad tiránica que lo aplasta, Rabos de lagartija se convierte en una historia en donde no caben los colores. En donde el pasado y el presente de sus protagonistas son tan negros que su futuro no puede más que asumirse como otra derrota. Es admirable la manera en que éste mundo monocromático jamás se torna melodramático o exagerado, sino por el contrario, emotivo y sorprendente. Y más admirable aún la manera en que el autor logra concientizar al lector sobre el hecho de que la belleza también descansa en los rincones insospechados de la desgracia.


Para mí, la novela es maravillosa en la medida en que ninguna escena sobra pues cada una se imprime en nosotros como una herida que duele y no.  En la forma en que cada personaje se acaba convirtiendo en un espejo de todo aquello que tememos pero no podemos más que evitar ser. 


Bibliografía: Marsé, Juan . Rabos de lagartija (2000).