jueves, 3 de mayo de 2012

Ensoñación y desgracia



Es el año de la bomba atómica en Hiroshima. Europa se cobija en su desesperanza. España vive la posguerra  en un dolor silente. Pero no es en este mundo resquebrajado en donde Rabos de lagartija, el libro de Juan Marsé, posa su mirada. Pues los ojos del catalán se centran en un barrio pobre de Barcelona, más específicamente en el universo confinado de David Bartra. Un quinceañero rodeado de miseria que adorna su realidad con fantasmas e historias inventadas de pilotos de guerra y pasados más dulces. Pequeñas fantasías que, sabemos gracias a la voz de su hermano aún no nacido, le permiten sobrellevar la existencia tan amarga que lo envuelve. La cual se compone de soledades compartidas y parejas rotas y cambiantes. De tal forma que, a momentos vemos a David y a Chispa, su perro moribundo. A David y Paulino, su amigo maltratado. A David y Víctor, su padre ausente que pelea contra los ideales de una época que apenas comprende. A David y Rosa, su madre embaraza, tan frágil y bella como la flor a la que alude su nombre. O a David y al inspector Galván, su acérrimo enemigo cuyo único crimen es amar a dicha pelirroja.

Con una prosa ágil y un narrador que resulta tan improbable como ideal (un feto que sin haber visto la vida logra comprenderla con completa claridad) Marsé logra crear a personajes ambivalentes y reales. Los cuales, al moverse en un destino marcado por la tragedia y las malas decisiones, nos invitan a habitar los espacios decadentes que recorren.Entre las ensoñaciones de David y la realidad tiránica que lo aplasta, Rabos de lagartija se convierte en una historia en donde no caben los colores. En donde el pasado y el presente de sus protagonistas son tan negros que su futuro no puede más que asumirse como otra derrota. Es admirable la manera en que éste mundo monocromático jamás se torna melodramático o exagerado, sino por el contrario, emotivo y sorprendente. Y más admirable aún la manera en que el autor logra concientizar al lector sobre el hecho de que la belleza también descansa en los rincones insospechados de la desgracia.


Para mí, la novela es maravillosa en la medida en que ninguna escena sobra pues cada una se imprime en nosotros como una herida que duele y no.  En la forma en que cada personaje se acaba convirtiendo en un espejo de todo aquello que tememos pero no podemos más que evitar ser. 


Bibliografía: Marsé, Juan . Rabos de lagartija (2000).

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