
Digamos que tú eres Godot y yo te espero,
que mis ojos plagados de espera nunca se han posado sobre ti.
que no te conozco,
por decir algo,
por r o m p e r el silencio.
Que la noche es purpúrea o roja o gris
-a fin de cuentas da igual-
y el bosque suena como dos hombres
colgados de un árbol.
La cuerda ridícula que se sostiene
de nuestra existencia
deshace su nudo cada vez que escucha
los pasos que no das.
Tu ausencia da sentido
al estatismo absurdo de los días que el reloj a l a r g a
y perpetúa y condena y siempre y así . . .
como las palabras de un ciego que apenas ayer
podía oír con los ojos
el sin-sentido de nuestras bocas repitiéndose a sí mismas.
Hoy contemplo recuerdos en mi zapato ajeno,
me quito el sombrero
donde guardo los minutos
que traté de asesinar
mientras esperaba a Godot.
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